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Mostrando las entradas de septiembre, 2021

REGRESIÓN

¿Cristian? Sí, se llamaba Cristian. Nos conocimos en el jardín. Tres años de jardín y seis de primaria juntos, y me acuerdo de la cara pero no del nombre. La memoria es rara. Me acuerdo de la época en que éramos amigos. Mi mamá nos esperaba a los dos a la salida, porque la suya llegaba tarde a veces, y nos compraba un helado de agua a cada uno si hacía calor. ¡Cómo me gustaba el de sandía! Solamente esa marca lo hacía, a diez centavos por palito, y no sé por qué hasta ahora nunca más había podido conseguirlo. Cristian se pedía uno de esos pero amarillo, me acuerdo. Creo que era el de ananá. Cuando a su mamá se le hacía muy tarde íbamos los dos a mi casa a almorzar y a hacer la tarea, y después nos quedábamos jugando a la mancha o a las escondidas. No entiendo por qué me gustaba tanto la hora de educación física de chico. Capaz se me atrofió el cuerpo al crecer, y por eso de a poco me dejó de gustar. De chicos todos somos de goma. ¿Puede ser que con cada año que pasaba corría más lento?

DÍA DE LIMPIEZA

Comenzó apilando las sillas sobre la mesa. Se sentía por fin dueña de su destino. El Universo le daba la razón a sus reclamos. María luego escurrió el trapo con una voluntad que su cuerpo ya no tenía y lo violentó contra las baldosas del comedor. La madera del secador era un hueso más rozando sus nudillos. Nicanor entró a la habitación dando los buenos días. Los “buenos días” no existen, ambos lo sabían. No podían existir en semejante pocilga, y con semejante parásito bajo el mismo techo esparciendo su enfermedad sobre los ambientes. María se lo hizo saber sin perder el tiempo, con unos aullidos típicos de un animal que muerde por miedo. Nicanor dio un gran suspiro de tristeza, enojo, vergüenza, culpa, hartazgo, impotencia, o tal vez un sentimiento sin forma que de todas formas luego iba a ignorar. María le vociferó su reproche por la hora, porque de nuevo él había dormido hasta el mediodía luego de otra noche de insomnio en su rincón. Una defensa breve se convirtió en un

CONFESIÓN

No creo que recuerdes lo que pasó en el primer año del Santa Teresita de la misma manera que yo lo recuerdo. Vos estabas sumida en tus asuntos privados, secretos, que te estaban desgarrando, o quizás necesitabas otra cosa de mí. Yo con mi ímpetu adolescente no lo supe ver, y te perdí para siempre. Recuerdo que estabas furiosa. No me dirigías la palabra, tus amigas me entregaban tus recados poniendo cara de asco y yo los escuchaba sacando pecho e ignorando el pulso de la vergüenza sobre mi estómago. Luego de un par de semanas por fin me hablaste directamente. Yo por entonces ya estaba más entero. Vos me dijiste lo que yo ya había repasado una y mil veces: que estábamos mejor antes de todo aquello. Así ambos acordamos recomponer nuestra amistad y enterrar todo aquello que pudiera comprometerla. Vos arrojaste las cenizas al viento y seguiste adelante. Yo cargué con las brasas.  Los años pasaron lentos entre nosotros, de charla en charla y de secreto en secreto. Yo decidí seg

EL AUGURIO

Eduardo tuvo demasiada suerte. Fue un cuadro moderado tratado a tiempo, antes de que los pulmones se le arruinaran del todo, y cuando ya había plasma disponible para pacientes como él. Siendo fumador de toda la vida él sabía que de haber demorado más en buscar ayuda no la hubiese contado. Pero en agosto del 2020 ahí estaba: saliendo del hospital por su cuenta, con optimismo en unos ojos que habían visto demasiado en poco tiempo, y sin saber qué hacer con tanta libertad.  Al llegar a su pieza de Nogoyá tiró todos sus ceniceros. En parte por su experiencia internado, pero también porque ya no podía costearse el vicio. Había perdido el alquiler del taxi, y hasta que no saliera algo más tenía que hacer economía de guerra. De cualquier manera, Eduardo pensaba que ya había vencido en el frente principal. Soñaba con una nueva conciencia para poder arreglar las cosas, todos sus desastres, y así por fin poder acordar su paz.  El primer mes fue una larga rehabilitación. Caminar hast

LA LIBERACIÓN DE LOS PUROS

El calor y la humedad pesaban más que de costumbre ese jueves de julio. El canto agónico de las cigarras lo envolvía todo afuera, mientras que adentro Katherine luchaba entre la pesadez de sus párpados y su ansiedad. Era el tercer día desde que su marido se había ido en uno de sus viajes. Éste no era el viaje más largo que había hecho, y Kathy ya estaba acostumbrada a sus ausencias, pero nunca le había resultado fácil hacerse cargo de la casa sola. Sentía que cuando él no estaba recaía en ella el deber de la figura paterna, un trabajo extra al de madre y ama de casa que sabía que jamás podría desempeñar del todo bien. Harry era el jefe del hogar, y ella su complemento. Así, como deben ser las familias buenas y puras.  Adam, su hijo mayor, se le acercó arrastrando el muñeco de tela blanca que ella le había hecho para navidad. “Mami, quiero ver la película de los caballeros” le rogó con su inocencia a flor de piel. Katherine notaba la modorra malhumorada en su carita, y la v

TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA

Ya no sé qué somatizo y que siento realmente. Sé que estoy enfermo del bocho, estoy diagnosticado y reconozco mi condición, pero… ¿y si mi cuerpo de verdad está enfermo? Anoche tuve palpitaciones. Volvió ese cosquilleo en el pecho, cerca de los pulmones, y ahora también en mi espalda. ¿Algo renal? No, difícil. Soy joven. Los jóvenes no se enferman de los riñones, creo. Pero algo debo tener, si no no me sentiría así. Si lo googleo seguro me sale que tengo cáncer, y en una de esas le creo.  Saqué turno para el clínico el 26 del mes pasado. Le conté todo. Hasta me había hecho una lista con los síntomas que tengo. El tipo ni siquiera me hizo sentar en la camilla, me dio dos órdenes para placas y me dijo que trate de retomar mi otro tratamiento. Sí, claro, retomar mi tratamiento. Para él era obvio, total soy un caso más. ¿Cómo le explico que no puedo retomar un carajo? Hace ya un año que mi obra social no tiene cobertura de salud mental, él ya lo sabe y se hace el pelotudo po

LA HUMEDAD

Al perder su trabajo en la fábrica Gabriel asumió que su primera aventura de adultez independiente debía suspenderse. Sus escasos ahorros le planteaban pocas opciones, y ninguna involucraba continuar viviendo solo en la pensión de San Telmo ni continuar sus estudios de ingeniería. Fue entonces que decidió llamar a su madre para comentarle la situación con la seriedad que merecía. Ella y su padre, al no poder convencerlo de quedarse, le habían dejado en claro a Gabriel que las puertas del hogar de su infancia siempre iban a estar abiertas, en especial en tiempos difíciles como los que acarreaba el nuevo siglo. Concretaron los detalles por teléfono esa misma noche, y una semana más tarde Gabriel estaba en camino de regreso a General Lamadrid.  La casa era de esas que son fruto del trabajo y la perseverancia de tres generaciones de trabajadores humildes. Dos pisos construídos poco a poco, cargados de recuerdos, levantándose como un monumento vivo en el centro de un terreno q

DOS ACTAS

Acta 9758:  Que quede asentado por medio de esta entrada que en el día de la fecha, durante horas de la tarde, nuestros exploradores de la región del Dormitorio presenciaron el alumbramiento de un nuevo espécimen humano. Para constancia ante las autoridades correspondientes de la Colonia se procede a detallar los hechos observados:  La hembra preñada llegó perdiendo líquido amniótico y fue primero advertida por los trabajadores de la construcción del futuro Nido Este, quienes inmediatamente se retiraron dejando lugar a las divisiones de avanzada. La hembra se recostó en el camastro abriendo sus piernas y levantando la tela que las cubría, y comenzó a pujar. Dos de los cachorros entraron a la habitación de improviso con un cuchillo, una botella de caña y un recipiente con agua, lo dejaron junto a la hembra y luego ella les comunicó que salieran. Divisiones del Área Común ya informaron en el acta anterior que los cachorros se quedaron esperando en el umbral de la región del

UNA NUEVA ERA

Nuestra historia está construída sobre relatos de héroes, hombres de temple de acero que resistieron frente a las adversidades más terribles y los tiempos más oscuros imponiendo su voluntad en la ruta del progreso. Pero muy pocos hombres en la historia de la humanidad pueden jactarse de haber sacrificado tanto por su gente como lo hizo Luke Walton. Mi marido, mi camarada, era un hombre sin honores ni títulos. Los únicos méritos que poseía cuando el Gran Solsticio arrasó Londres eran sus conocimientos de aprendiz de ingeniería y su convicción de que el único futuro posible era mediante la hermandad de los trabajadores. Nuestro presente, nuestra supervivencia, es la prueba fidedigna de que sus convicciones fueron acertadas. Luke era joven para la tarea que le fue designada aquel martes de noviembre de 1851, el último día de la Era Victoriana. Los ideales que hoy sostenemos en la Asamblea apenas habían nacido, y quienes los habían traído al mundo yacían en sus tumbas heladas

RETIRADA ESTRATÉGICA

Cerruti colgó el teléfono y salió de la comisaría diciendo que le había surgido un imprevisto personal. Se llevó uno de los autos secuestrados del playón como era costumbre en ese tipo de salidas, un Fiat Duna rojo con el parabrisas astillado y la numeración de acta despintada. La reunión era a las dos de la tarde, así que tenía tiempo. Pasó por su casa a cambiarse el uniforme y preparar su arma por las dudas. La limada, no la reglamentaria. Saludó a su esposa de lejos mientras mordía una milanesa sobrante que había encontrado en la heladera, y volvió a salir.  Las reuniones con el Turco Gonzáles generalmente eran en lugares neutrales, con desconfianza y resguardos de ambas partes. Esta vez iba a ser diferente, en la villa, y en una de las casas seguras de la barrabrava. La situación no ayudaba. Para colmo uno de los gatillos del Turco, un pendejito con la cabeza quemada por porquerías, le metió dos disparos en la cabeza a un agente haciendo adicionales en un supermercado