RETIRADA ESTRATÉGICA

Cerruti colgó el teléfono y salió de la comisaría diciendo que le había surgido un imprevisto personal. Se llevó uno de los autos secuestrados del playón como era costumbre en ese tipo de salidas, un Fiat Duna rojo con el parabrisas astillado y la numeración de acta despintada. La reunión era a las dos de la tarde, así que tenía tiempo. Pasó por su casa a cambiarse el uniforme y preparar su arma por las dudas. La limada, no la reglamentaria. Saludó a su esposa de lejos mientras mordía una milanesa sobrante que había encontrado en la heladera, y volvió a salir. 

Las reuniones con el Turco Gonzáles generalmente eran en lugares neutrales, con desconfianza y resguardos de ambas partes. Esta vez iba a ser diferente, en la villa, y en una de las casas seguras de la barrabrava. La situación no ayudaba. Para colmo uno de los gatillos del Turco, un pendejito con la cabeza quemada por porquerías, le metió dos disparos en la cabeza a un agente haciendo adicionales en un supermercado chino cuando intentaron hacer una entradera. Estaban todos los malandras eufóricos. Parecía que ya no les importaba nada, y era necesario hacer control de daños. 

El Turco y Cerruti tenían historia. Ambos habían estudiado juntos en la Vucetich a finales de los ‘80, pero al Turco lo obligaron a renunciar a poco tiempo del juramento por tener el culo sucio con apuestas clandestinas. Cerruti siguió por ambición, y porque supo cubrirse mejor para hacer carrera. A pesar de las cagadas siguieron juntos en los negocios, con acuerdos que no siempre eran amistosos pero en buenos términos. Cerruti había llegado al grado de Oficial Inspector cuando el gobernador ordenó que se hiciera un operativo de seguridad sobre Villa San Camilo antes de las elecciones de 2015. Había habido una entradera en un country con un muerto, y la gente estaba sensible. Él vio en eso una oportunidad para sacar ventaja y colaboró con el armado de un plan de acción para el despliegue. Los negocios siguieron, pero a partir de ese momento su relación con el Turco fue más tensa. 

“Acá llega el Señor Comisario” le gritó el Turco al llegar al galpón mostrando una sonrisa venenosa. Cerruti le devolvió la mueca y ambos entraron a la oficina para comenzar la reunión, escoltados por varios hombres. Se sentaron uno frente a otro en unos sillones de gamuza gastada y fueron directo al grano. Esta vez el Turco era el dueño de la baraja, y le tocaba repartir. 

La gestión de 2015 trajo muchos cambios. Cerruti había sido ascendido por el gobernador saliente, y el partido entrante prometía mayor seguridad en los barrios. Sin embargo el Turco ya había encontrado su lugar de amparo asociándose con la barrabrava del Atlético General Thompson, y para las elecciones legislativas ya había arreglado negocios más jugosos que los que manejaba con Cerruti. De pronto la pecera le quedaba chica, y con protección de más arriba su amigo el cana iba a tener que soltarle el anzuelo o ahogarse en la mierda. Las cosas se pusieron más fulleras para Cerruti, porque le habían soltado la mano desde el comando, hasta que por fin llegó la orden de suspender los operativos en las villas para focalizar en zonas comerciales y barrios urbanizados. Nomás faltaba arreglar los detalles. 

La reunión duró lo que tenía que durar. Se habló de hasta dónde sí, hasta dónde no, quiénes entraban a la nómina, y a qué perejiles les tocaba pagar los platos rotos. En un mapa plegable trazaron con birome las calles donde se podía repartir mercadería, las casas donde las chicas podían seguir trabajando, y el Turco marcó personalmente un par de lugares donde se podría hacer algún que otro allanamiento para quedar bien. Cerruti marcó ciertas casas que no se podían tocar, acordó nuevas comisiones y estableció la fecha de la retirada. La reunión terminó con un abrazo de amistad entre adversarios y una llamada de confirmación a la gobernadora. 

Cerruti volvió a la comisaría para dejar el auto en el playón. Llegó a estacionar justo cuando la camioneta de la división científica volvía del supermercado chino. Al verla mientras subía a su auto legítimo se acordó de otras cosas que no había llegado a hablar con el Turco, pero eran detalles. A fin de cuentas la gente se muere todos los días, más con la calle estando tan rara, y con un operativo bien encajado después de un par de muertos a la semana seguro que se podía sacar provecho y llegar a conseguir algún puestito. Además, las siguientes elecciones estaban a la vuelta de la esquina.


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