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Mostrando las entradas de agosto, 2013

Manos de Azufre (Música)

Saliendo de la falsedad de mi infierno cotidiano la odisea del regreso comienza frente a las puertas del subte. Veo, pero no veo. Oigo, pero no oigo. No al menos lo que me rodea, pero si lo real. ¿Qué es más real que esa caricia de azufre que alivia las tensiones más profundas de nuestro ser? Esa mano tan cálida que nos deja el alma encendida hasta hacerla arder mientras nos congela la sangre. Esa sustancia tan pura, tan inocente y tan atrevida que se rompe al contacto con lo que vemos y pensamos. Es tan pura que incluso se rompe con ella misma. Inmerso en aquel infierno, aún con cabeza de oficina, me desvanezco en la música que se ha apoderado de mi alma.

Cono de Sombra

Gris, es tanto el gris... Ese es el color de mi mundo. Yo mismo lo construí, ladrillo por ladrillo, injuria por injuria, pensamiento por pensamiento. La sombra de mis monumentos me opacaba. Oh, la brisa sobre mi piel, ahora de reptil, que serpentea por los médanos de mi opresión. Un barrio me asalta, otro lo asalto yo, soy el rey de esta ciudad imaginaria que ha perdido el buen visto de Dios. Dios, ¿qué he hecho? ¿Construí demasiado alto? Ahora me siento opacado por la sombra de mis monumentos. Mi piel de reptil se seca, anhelando el sol cálido del otoño de mis días. ¿Ha servido de algo tanto mal? ¿Me ha servido de algo tanto bien? Estoy por morir y pienso si mis monumentos perdurarán bajo el sol de mi mundo gris.

"Si Evita viviera" ó "16 de agosto"

"Si Evita viviera...", pensaron. Un típico comentario. Otras agregaron cosas, regalando al rincón de la cocina el lugar de la mujer  que ocupa el hombre en la vida. ¿Se habrán olvidado los honores de las mujeres de su talla? ¿O será que desprecian a todo su género por haber alcanzado el lugar prohibido? Tan soñado, tan negado... "Si Evita viviera...", pensaron. Sólo un comentario.

Los que deciden

Intentos. Avances sobre la plaza. La multitud está dispuesta a todo. Amenazas. Nadie las cree. Adentro, los que deciden. Los que tienen la última palabra… Siempre. Dudas. Cuestionamiento. “¿Por qué deciden por mí?”. Ideas que llaman al pensamiento. Rebeldía. Adentro, los que deciden. Los que tienen la última palabra… Siempre. Movimiento. “¡Queremos saber!” La masa se agita. Avanzan. En los novatos la seguridad se debilita. “¿Y si pasa algo?”. Adentro, los que deciden. Los que tienen la última palabra… Siempre. Estruendo. Explosiones. Las nubes blancas envuelven la plaza. Cabezas llenas de moretones. Los caballos aparecen de la nada. Llueven garrotazos. Miedo. Terror. Sangre. Cuerpos hechos pedazos. Llanto de furia y dolor. Todos lo escuchan. Nadie le presta atención. Adentro, los que deciden. Los que tienen la última palabra… Siempre. Silencio. Desconcierto. Las luces de las sirenas.

Nacionalismo

Sol a sol. Luna a luna. Noche a noche, frío. Defendemos nuestro destino, tan soñado, tan cerca, y a la vez tan lejano. Los niños crearon a su Madre, y le prometieron defenderla, cuidarla, quererla... Y como toda madre, conmovida, tuvo que creerla. Aprendió de nosotros, y nosotros de ella. Y de aquello visto surgió una idea que encantó a la Madre, pero no a Caín. Como hermanos de sangre peleamos tanto por intereses como por nimiedades. ¿De que sirve pelearse, si la que llora es la Madre? Luchamos por la Madre, y por nuestros hermanos y como había sido, de antemano, Caín venció. Los Abeles nos callamos, otra vez. Nos vendimos todos, y nos dejamos comprar tantas veces... ¿Que precio tenía nuestra libertad? ¿Una pelota, o quizás un Exocet? Lo pensamos entre ruinas, calcinadas. La pelea continúa, la Madre sigue llorando. ¿Por qué nos odiamos, si la que llora es la Madre al ver a sus hi