REGRESIÓN

¿Cristian? Sí, se llamaba Cristian. Nos conocimos en el jardín. Tres años de jardín y seis de primaria juntos, y me acuerdo de la cara pero no del nombre. La memoria es rara.

Me acuerdo de la época en que éramos amigos. Mi mamá nos esperaba a los dos a la salida, porque la suya llegaba tarde a veces, y nos compraba un helado de agua a cada uno si hacía calor. ¡Cómo me gustaba el de sandía! Solamente esa marca lo hacía, a diez centavos por palito, y no sé por qué hasta ahora nunca más había podido conseguirlo. Cristian se pedía uno de esos pero amarillo, me acuerdo. Creo que era el de ananá. Cuando a su mamá se le hacía muy tarde íbamos los dos a mi casa a almorzar y a hacer la tarea, y después nos quedábamos jugando a la mancha o a las escondidas.

No entiendo por qué me gustaba tanto la hora de educación física de chico. Capaz se me atrofió el cuerpo al crecer, y por eso de a poco me dejó de gustar. De chicos todos somos de goma. ¿Puede ser que con cada año que pasaba corría más lento? Puede ser. O capaz me hice más torpe. Me acuerdo que por quinto grado, cuando nos empezaron a hacer jugar a la pelota, siempre confundía a los de mi equipo con los otros y terminaba metiendo goles en contra. Para esa época Cristian ya no era mi amigo. Cuando jugábamos juntos siempre me tiraba pelotazos fuertes cuando yo estaba de espaldas. Terminaba lleno de moretones. 

Creo que en cuarto fue que nos peleamos definitivamente. No me acuerdo por qué fue, alguna pelotudez de nenes. El año anterior habían llegado chicos nuevos a nuestro grado, y me acuerdo que él se fue con ese grupo y me dejó solo. Yo no les caía bien a los nuevos. Al final me terminé relacionando más con el grupo de las nenas, porque de a poco le empecé a caer mal a los varones. No sé qué pasó. Cristian decía que yo era trolo. Parecía que de golpe no me conocía. Ni siquiera me permitía hablarle ya.  

De a poco la mayoría empezó a tratarme mal. Me quedé aislado con algunas compañeras y un par de compañeros que me toleraban a medias. Los demás no querían hacer tareas conmigo, me robaban cosas, me hacían desaparecer la mochila, me rompían los lápices de la cartuchera… Mi mamá iba todas las semanas a hablar a la escuela porque yo siempre volvía a casa llorando. Las cosas que me hacían cada vez eran más crueles. Para diciembre de ese año, en uno de los últimos días de clase, alguien me metió un petardo en la mochila en el recreo. Me rompieron todo lo que tenía. Al otro día hubo jornada disciplinaria, pero no sirvió de nada porque ya todos sabíamos que terminaba el año. Después de eso, y hasta que terminaron las clases, me empezaron a pegar a la salida. No muy fuerte como para hacerme sangrar, pero de a muchos. 

Del sexto grado me acuerdo muy poco. Traté de concentrarme en las cosas que me enseñaban para que pasara rápido hasta cambiarme a la secundaria. Noté que las maldades iban en aumento. Cuando sonaba la campana del recreo me tiraban papelitos y tizas al mismo tiempo, cosa que no me pudiese cubrir. Encontraba saliva y cosas pegajosas sobre mis carpetas, junto con insultos y penes dibujados por todos lados. Una vez, al volver de un recreo, encontré que alguien había orinado en mi mochila con todas mis cosas dentro. Y en sexto las golpizas eran también antes de la salida, y sin cuidado a pesar de sangrar. Mi mamá se cansó de ir a reclamar a la Dirección, tal vez porque le dijeron que no podían hacer nada.

Qué extraño… Ahora recuerdo algo más que pasó en sexto. No, es más bien una sombra de un recuerdo… Estaba en el baño, con las luces apagadas. Tenía las manos mojadas con agua del piso. Tenía el guardapolvo manchado y me sentía sucio. Cristian estaba ahí, sí. Había otros tres, pero él estaba. Me dolía el cuerpo. Sentía gusto a sangre. Había olor a pis y a mierda y a ese aserrín que pasaban con el escobillón. ¿Qué había pasado esa vez?

Eso había sido más serio, me acuerdo. Era más la sensación de suciedad que el miedo. No me metieron la cabeza al inodoro, pero estaba mojado. Se había quemado el tubo fluorescente la semana anterior. Hacía frío. Algo hacía que no me quiera levantar.

¿Por qué me acuerdo de esto?

De repente siento náuseas. Debe ser este helado de sandía. Cincuenta pesos a la basura. Puro sabor químico, andá a saber qué le ponen. No tengo idea cómo semejante porquería pudo haberme gustado alguna vez.

 

Consigna del día 9: Monólogo interior que comience recordando a un compañero de la escuela primaria y termine diciendo lo último que el personaje comió. 

Texto seleccionado en votación grupal para competencia ante el jurado.

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