DÍA DE LIMPIEZA

Comenzó apilando las sillas sobre la mesa. Se sentía por fin dueña de su destino. El Universo le daba la razón a sus reclamos. María luego escurrió el trapo con una voluntad que su cuerpo ya no tenía y lo violentó contra las baldosas del comedor. La madera del secador era un hueso más rozando sus nudillos. Nicanor entró a la habitación dando los buenos días. Los “buenos días” no existen, ambos lo sabían. No podían existir en semejante pocilga, y con semejante parásito bajo el mismo techo esparciendo su enfermedad sobre los ambientes. María se lo hizo saber sin perder el tiempo, con unos aullidos típicos de un animal que muerde por miedo. Nicanor dio un gran suspiro de tristeza, enojo, vergüenza, culpa, hartazgo, impotencia, o tal vez un sentimiento sin forma que de todas formas luego iba a ignorar. María le vociferó su reproche por la hora, porque de nuevo él había dormido hasta el mediodía luego de otra noche de insomnio en su rincón. Una defensa breve se convirtió en una batalla de quince minutos. Nicanor acabó abandonando la casa sin poder desayunar a pesar del hambre. María saboreó la pequeña victoria y prosiguió con su misión del día. 

Hoy estaba decidida. La limpieza iba a ser a fondo. Le iba a tirar todas las porquerías a la calle y por fin iba a imponer un poco de orden en el ambiente. Más de quince años de acumular cosas a medio arreglar por fin iban a terminar, y una vez más lograría comunicarle a Nicanor mediante acciones el infierno que para ella significaba esa convivencia forzada. María lo haría, y cuando su marido encontrara la habitación despojada de tesoros ella sentiría una vez más la satisfacción del deber cumplido y la euforia que sentía en su garganta al dejar a su oponente sin margen para objetar. 

Al terminar con el comedor, ahogó los cachivaches de la habitación en bolsas de consorcio e inundó los pisos con desinfectante. Lavó las paredes, cambió las cortinas y abrió las ventanas para que entrara el sol. Las bolsas las dejó en la vereda, para que otro ciruja aproveche sus contenidos. Su cuerpo se quebraba de dolor y de cansancio, pero su cabeza le decía que debía aprovechar la tarde. El coraje le hacía hervir la sangre. 

Siguió con el baño. En donde había un mueble de plástico manchado por la humedad de una década de goteras puso un mueble de aglomerado que antes estaba en la sala. Luego recordó que la gotera no se había arreglado aún, pero ver un cambio era más importante que el arruinar o no un mueble. 

Para las cinco de la tarde ya había terminado con las tareas de limpieza. Se sentía profundamente orgullosa del trabajo que había hecho. Pero no se sentía mejor. El cambio no se notaba. Necesitaba algo más. Recordó que había quedado un poco de pintura azul en una lata vieja, de alguna vez que Nicanor hizo un arreglo en la cocina. Sin dudarlo resolvió cubrir las manchas de humedad en el comedor a la vez que pintaba esa pared. Era un trabajo estético, y un arreglo real. Un cambio real. Se apuró a bajar las fotografías de sus hijos, tratando de no tragarse el orgullo al mirarlas, y comenzó a arrojar pintura con el rodillo. Su pulso temblaba. La pintura parecía no ser suficiente para cubrir toda la pared, pero siguió adelante. Podría comprar más pintura y terminar algún día. De repente no podía dejar de pensar en sus hijos. No entendía por qué no la visitaban más seguido. No entendía por qué se habían ido en primer lugar. 

Nicanor llegó en ese momento. Una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro al ver a María subida a la cima de su mundo con el rodillo, y la pared completamente arruinada por las vetas desordenadas de pintura. María reaccionó inmediatamente vomitando todo su veneno, informándole de todas las proezas que había hecho esa tarde. Nicanor volvió a salir de la casa luego de comprobar que sus posesiones ya no estaban en su habitación. María lo vio salir entre carcajadas sardónicas. Le temblaban las manos. No podía dejar de reír. Carcajeaba al tope de su capacidad a la vez que arrojaba al piso cualquier cosa que sus garras detectaran, saturando el ambiente con su desesperación. No dejó de reír, la saña no se lo permitía ni siquiera luego de estrellar la fotografía de sus hijos contra las baldosas. Ahora ella descansaría, y su desastre lo tendría que limpiar él.

 

Consigna del día 12: Utilizar recursos de subjetivación para hacer concretas las propiedades relativas de la persona y el espacio, inspirándose en una fotografía de una casa abandonada

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