Zarmannd
El colectivo pasa. Yo estoy en la parada esperando. Hace frío, el cielo está gris, y mis dedos se ponen duros. La gente va apurada, sin posar la vista.
Me pregunto
cuánto tardará, si llegaré temprano. Me lamento de no tener nada para comer
mientras espero, por pura gula.
Viene el
colectivo. Al subir pago el boleto y me siento al fondo. Miro por la ventana.
Una niña muy bonita me sonríe. Hace un movimiento con su mano que no alcanzo a
comprender.
El
colectivo arranca, y todo se pone frío. Más frío.
Me invade
un presagio sin forma. Un escalofrío en el corazón.
El
aburrimiento me invade. No hay para leer. No hay para oír. No vale la pena ver.
Caigo preso de una siesta.
Tiempo
pasa, queda varias cuadras atrás…
Abro los
ojos.
Colectivo
vacío. Ventanas blancas. La palabra “Zarmannd” escrita en la ventana empañada,
desde afuera.
Me invade
la desesperación. Nausea y llanto se juntan en la garganta. Quiero salir, pero
no hay por dónde. No hay a dónde.
Parpadeo y
se me escapa una lágrima. La luz se filtra por el prisma, y se transfigura en
magia negra.
El espacio
comienza a deformarse. El techo se expande, las paredes se cierran, el suelo se
curva. Yo me curvo, todo se curva, el tiempo se dobla…
Y ya no
siento más. No soy humano. No sé qué soy. No sé si soy todavía. El tiempo no
corre, y yo no tengo donde correr.
Veo en la
inmensidad vacía la sonrisa de una niña muy bonita. Un frío me endurece los
dedos que ya no tengo. Lamento no poder comer, por puro hambre. Lamento no
poder dormir, por puro sueño. Lamento no tener qué esperar, por puro
aburrimiento.
La niña
continúa mirándome con su sonrisa de vidrio. No tengo manos con las cuales
hacer señas. No tengo boca con la cual gritar. No tengo lenguaje con el cual
hacerme entender.
No tengo
cuerpo, no tengo ser, no tengo universo…
y debo existir.
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